miércoles, 25 de julio de 2012

La ausencia.



Era difícil verte marchar. Solamente de pensarlo mis ojos se empañaban y una neblina acuosa luchaba por mantenerse férrea, sin asomarse a ese precipicio que se abría ante ella.
Me giré. Te di la espalda, pensando que así iba a resultar menos complejo el desenlace. Pero, una vez más me equivoqué.
Al tornarme de nuevo, tu ya no estabas allí. Solamente quedaba tu ausencia. Una ausencia que golpeaba en lo mas profundo de mi corazón, derrumbando muros, tabiques y puertas. Devastando en su golpear cada uno de los recovecos de tan consistente muralla.
La muralla la había creado yo, con aquella infantil creencia de que tras ella me salvaguardaría. Vigilantes sigilosos mantendrían día y noche la alerta y si en algún momento el dolor osaba asomarse, estaba segura de que la muralla sólidamente construida, no cedería. Pero, una vez más me equivoqué.
 La ausencia trajo consigo el dolor. Y el dolor se coló hasta lo más profundo del alma. 
¿Porqué me giré? ¿Porqué te di la espalda? 
Ahora se, que si miro de frente, asoma el miedo. Pero soy capaz de verlo, de alzar mi mirada y alzando mi voz decirle: -eh, tu!. 
La muralla cedió y la ausencia dejo asomarse al alma. Hubo un encuentro sutil. Un momento de soledad entre ambas. Una vez más pensaba que me equivocaba. 
Pero, entonces, apareció el arte, como un estado puro del alma.


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