miércoles, 19 de junio de 2013

Un té en el desierto

Aquella mañana, Samira se había despertado inquieta. La calurosa noche se había manifestado en ella a través de los sueños. Oscuros e inquietos se revelaban claramente, algo estaba creciendo en el interior de su vientre. Una nueva vida venia, pero, el augurio no era claro, pues las aguas del rio se teñían oscuras y esa no era una buena señal.
No obstante, la vida parecía transcurrir tranquila para todos los vecinos del pueblo, que vivían ajenos a los sueños premonitorios de Samira. Ella, metida en sus pensamientos, decidió ir a buscar agua al pozo para poder preparar el té de la mañana a su familia.


A Samira, ya desde niña le gustaba hacer el pequeño camino hasta el pozo. Se sentía afortunada realizando esa ardua tarea, ya que el pozo se encontraba a una distancia importante del poblado y la vida en el desierto era muy dura. Para ellos, el agua era una fuente de felicidad, que transformaba esas tierras poco fertiles, en pequeños paraísos.
Ese aprendizaje era vital en sus vidas y Samira había sido una de las más afortunadas, pues su padre, un extravagante hombre para su cultura y su tiempo, la había llevado con él en sus largos viajes en caravanas por el desierto.
Allí, había podido conocer otras gentes y otros lugares mucho más fértiles, donde el agua daba la vida y hacia crecer diferentes formas de cultivo y plantas. Ese aprendizaje, no se lo guardó solo para ella, sino que lo compartió con las otras mujeres de su poblado.
A ellas, les gustaba reunirse y compartir experiencias y conocimientos. Es por ello, que ahora, todas ellas en sus ventanas, tenían unos pequeños cultivos de menta fresca, con la cual aromatizaban esa bebida refrescante que tanto les gustaba hacer para sus familias, el té.
No obstante, como augurio de ese día, aquella mañana, mientras Samira se dirigía al pozo observó que la luz del sol se reflejaba extraña en la roca de la montaña y de repente, asomó en la lejanía la familiar silueta de los caballos del desierto. Inminentemente, llegaría  una nueva caravana al poblado.


Tenia tiempo todavía, así que aceleró su paso para alcanzar el pozo, tomar el agua y poder llegar a casa antes de que su padre, viniese con los mercantes a su hogar.
Dado que su padre a lo largo de su vida, se había dedicado al comercio de pequeñas plantas y especias, ahora era el regidor del poblado y cada vez que una caravana llegaba al pueblo, como buen anfitrión la recibía en casa, tratando los arduos temas mercantiles, al cobijo de la sombra acompañados siempre de un buen té frio a la menta.
Cuando alcanzó el pozo, al introducir sus manos en el agua, notó una frialdad demasiado intensa para la época del año en la que estaban. Enseguida pensó en el dicho que siempre decía su abuela: si tus manos ves helar, tu corazón empezará a palpitar. Un pequeño respingo corrió por su espalda.
Tomo el agua con calma y paciencia, con esa lentitud que hace que las cosas se asienten. Una vez que tuvo lleno el cántaro, salió corriendo, pues tenia el tiempo justo para llegar a casa, vaciar el agua en las tinajas y preparar la primera tetera.
En el momento, que atravesaba la plaza, vió como un apuesto hombre de ojos azules junto a dos hombres más, descargaban unos sacos de especias, que amontonaban a la sombra de la vieja palmera. Le hubiese gustado quedarse observando a ese enigmático hombre que trabajaba a conciencia, pero, la cercanía de su padre la alertó y salió corriendo.


Samira entró en la casa y puso el agua a hervir en la tetera junto a las hojas de té negro y una gran dosis de azúcar. Se dirigíó a la ventana y empezó a cortar hojas de menta fresca de la planta. Le encantaba sentir el contacto de la menta en sus manos, pues, era una sensación maravillosa, ya que cada vez que troceaba una hoja, el frescor la invadía y el olor le embriagaba el alma.
Depositó con todo el amor posible, las pequeñas hojas de menta en los vasos, machacándolas un poquito, para que su aroma emergiese con la ayuda del calor, con más fuerza.
De repente oyó como su padre entraba e invitaba a los hombres de la caravana a sentarse en los cojines alrededor de la mesa. Escuchó atentamente, como uno de ellos agradecía, con un ligero acento del norte,  tan bella acción, ya que tras cinco días de jornada al sol ese pequeño reposo al cobijo del hogar era muy reconfortante.
Entonces Samira, ya con el té preparado sobre una bandeja de plata, entro en la sala trayendo el silencio, pues el apuesto joven de ojos azules, al verla no pudo articular palabra, solo la miraba, sorprendido y atónito. Samira, al mismo tiempo, cruzó su mirada y rápidamente bajo sus ojos, pues era tan intensa que su corazón palpitaba con tanta fuerza que parecía que se le iba a salir.
Justo cuando iba a depositar la bandeja, un ruido llegó del exterior. Era el pequeño Salim que andaba jugando con las tinajas de agua.


Josef, su padre entró corriendo y se disculpó. Salim era muy travieso y cuando tenia sed, solía entrar a la casa de Samira a beber agua y a juguetear con ella. Le encantaban las historias que le contaba Samira de sus viajes en las caravanas y sobre las plantas que cultivaba.
Samira continuo su pequeño ritual, depositó los pequeños vasos sobre la mesa y empezó a servir el té para sus invitados. Se sentía un poco nerviosa, pues sabía que aquel hombre la estaba observando. Era muy descarado y su padre acabaría por darse cuenta.
En cuanto estuvo todo dispuesto, salió rápidamente de la estancia y se quedó escuchando casi sin aliento mientras los hombres hablaban.
Durante la primera media hora, los hombres relataron su viaje por el desierto. El apuesto joven de acento del norte, ponía mucho énfasis en sus historias cuando era su turno para hablar. Samira, lo sentía apasionado y enrojecia al escucharlo hablar.
Después, durante la siguiente media hora, su padre empezó a hablar de los tratos mercantiles y de la posibilidad de un intercambio de especias por plantas de menta de las que cultivaban en el poblado. Tras un pequeño tira y afloja, se llegó a un interesante trato para ambas partes. Entonces, su padre la llamó de nuevo para que volviese a preparar otro té.
Samira, recogió la tetera y los vasos usados, y justo cuando iba a coger el del hombre de ojos claros, esté con una sonrisa en los labios se lo acerco y sus manos torpemente se tocaron. Samira, bajó aturdida la mirada y salió despavorida hacia la cocina. Estaba demasiado nerviosa, tanto, que se olvidó de trocear la menta a la hora de volver a servir de nuevo el té.


Su padre, que hasta el momento había estado callado observando a los dos jóvenes, pidió a Samira que volviese a la cocina a buscar unas hojas frescas de menta, ya que sin ellas, no podría brindar por la nueva propuesta que iba a formular.
Una vez que Samira entró de nuevo en la sala, su padre la invitó a sentarse con ellos junto a la mesa. Entonces, mirándola atentamente le dijo: querida hija, veo como te ruborizas ante la presencia de este joven, lo cual me hace pensar que es de tu agrado. Samira, miró atónita a su padre y bajando la cabeza hizo un ligero movimiento, que dió a entender que así era. Entonces, su padre, miró directo al joven de ojos azules y le dijo: Ben-Ali de las tierras del norte, a pesar de ser extranjero, respetas nuestra cultura y siento que eres un buen hombre. Sé por como miras a mi hija, pues yo soy hombre igual que tú, que tu corazón alberga nobles sentimientos hacia ella, así, que si tu accedes y ella también, para mi sería un honor bendecir vuestro amor.
Ben-Ali miró a Samira y Samira miró a Ben-Ali. Sus miradas atravesaron sus almas y desde ese momento sintieron una unión tan fuerte que ninguna vida podría destruir. Su historia de amor, perduró en los siglos, tanto que si alguna vez vais por el desierto, seguro encontrareis alguna anciana que se acuerde del té con menta de Samira y del amor de Ben-Ali.


Esta pequeña historia que hoy os he relatado, forma parte de una idea surgida entre una parte del grupo de amigas de Lío de fotos. Como ya os he explicado en otros post, todas disfrutamos haciendo fotos y algunas de nosotras tenemos blogs de temáticas diferentes. Hablando un día a Cristi se le ocurrió la idea de que quizás cada una desde su campo y perspectiva, podría escribir sobre un tema en común y compartirlo con las demás.
Así, que aquí estamos, el tema es: la menta. Y esta es la historia que os traigo yo y que comparto en especial con Bego, Cristi y Mariu. No dudéis en descubrir sus historias porque os sorprenderán.







6 comentarios:

  1. Que preciosidad de historia, me gusta muchísimo vuestra idea, estoy deseando leer el resto.

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    1. Muchas gracias Cris...el listón estaba alto...pues la menta no es un tema demasiado recurrente...jajaja. Gracias por pasar. Un besote

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  2. Maravilloso relato, me he quedado embobada mientras leía!! Adoro el te y si además lo tomo allí mejor todavía!! Unas fotos preciosas!!!
    Un placer conocerte, Cris me ha traído hasta aquí y me quedo!!
    Te invito a conocer mi blog!!
    Besotesss

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    1. Muchisimas gracias Teresa! Lo primero por llegar hasta aquí y que te guste este proyecto tan personal! Acepto la invitación...me pasaré por él. Saludines

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  3. Qué bonito relato, Ana! me ha encantado la historia... tienes un don para contar historias:) Un beso grande! Mariu

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    1. Gracias Mariu...digamos que me gusta imaginar imágenes y pensar palabras. Un besote

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