jueves, 7 de marzo de 2013

Seres duales

Él la deseaba.
Ella, en cambio, apenas sabía que existía. 
Ella lo deseaba. 
Él, en cambio, apenas sabia que existía.

Ella, fue educada tras los muros de las regias enseñanzas del temor y el pecado. Atrapada en un dogma que no entendía, de poco le servía su fe. Soñaba con poder dejar algún día ese lugar, del cual nunca había llegado a sentirse parte de él. 

Se miraba a sí misma, pero no se veía. Solo veía lo que los otros le habían enseñado a ver y ahora, se sentía igual que esa gran casona, con esa empinada escalinata que antaño había sido la envidia de todo el barrio; vieja y destartalada, aislada de un mundo del que apenas había podido disfrutar.


En cambio, él fue educado en la libertad de elección y a pesar de esa cojera causada por una poliomielitis mal curada, que le acompañaba desde su más tierna infancia; siempre tuvo el valor de ir más allá de sus propias limitaciones.

Es por eso, que hizo de su pasión su modo de vida y se dedicó una gran parte ella a viajar y descubrir nuevos lugares. En sus viajes, conoció muchas mujeres, pero en el fondo, él se sentía un espíritu libre y no se comprometió jamás.


Pero ahora, en su vejez, echaba de menos a ese alguien con el que poder compartir sus experiencias, su afecto, su pasión por la vida...a ese alguien que en el fondo, durante sus viajes, siempre había estado buscando.

Fue entonces, cuando paseando por esa ciudad en la cual ya llevaba anclado más de diez, descubrió una pequeña calleja que iba a parar de frente a un gran caserón. Giró rodeando la larga valla que lo hacia inaccesible y fue entonces, cuando descubrió una ventana, desde la cual ella se asomaba.


Fue extraño lo que sucedió, pero, durante las cuatro semanas siguientes, día tras día, él se acercó a ese lugar y allí estaba ella, esperando a que él llegara. Un día tuvo la valentía suficiente para llamar al timbre, quien se lo iba a decir, se sentía como un chiquillo que corteja a su dama.

Curiosamente, ambos congeniaban. Ella sabia escuchar con paciencia las miles de anécdotas que él relataba. Y él, disfrutaba de sus pastitas de té caseras, de sus tímidas caricias, de su belleza conservada. Había pasado mucho tiempo, mucha vida. Pero, finalmente se habían encontrado y ya no importaba cuanto tiempo había estado ella encerrada o cuanto él cojeaba. Había llegado el momento de dejar todo eso atrás.

  

Por fin estaban juntos. Se habían encontrado y era el momento de vivir de nuevo todo lo que por separado habían vivido cada uno. Era el momento de compartir desde la experiencia y de avanzar en el nuevo camino con paso firme apoyándose el uno sobre el otro.

Si, sin duda era su momento, el de ambos. El momento en el que siendo dos se sentían solo uno. Sin duda, era el principio del fin. El principio de dejar atrás la dualidad y poder sentir la libertad .

 
Nos guste o no somos seres duales y nos pasamos la mitad de nuestra vida buscando más allá de nuestro propio ser. Buscamos a ese otro, aquel que nos complemente y en íntima unión nos lleve directos a nuestra propia unidad.

La dualidad pertenece a nuestro mundo desde el principio del fin.

 

2 comentarios:

  1. Qué historia tan positiva! Y qué fotos más chulas! La de la mujer en el balcón escondida me encanta y la última va fantástica a la historia :))
    Besitos

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    1. Gracias Sandra ;) Esa foto, la de la señora tiene historia, es de un pequeño pueblecito de Francia y paseando por sus calles, vi la fachada con esa luz y la farola y empecé a prepararme para fotografiar...entonces se ve que me vio desde algún sitio y empezó a asomarse...yo hice varios clicks...pero lo asombroso es que se asomaba para decirme que no podía fotografiar su casa...espectacular! ;)

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